Libros de escolaridad: Miguel (1959) y Mª Carmen (1965)
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Antes de nacer tú, yo ya existía. Recorrí varios años de tu sueño navegando en la nada. Aprendí a hablar antes del grito umbilical de tu designio. Sudé la tinta azul de las palabras nuevas domando el pulso del destino con la frágil caligrafía de tu inexistencia. Brotó la sangre de la primera herida junto al cri-cri del grillo y el perfume del tilo. El terror me asaltó con su desvalimiento junto al brocal del pozo, la boca del abismo, antes de que tus miedos germinaran la luna. Acaricié otra piel antes que una placenta te envolviera en su amniótica seda. La mano del abuelo me acompañó a la música y a su explosión festiva de alegres pasacalles de la banda del pueblo, sin que aún presintieras la canción de tu vida. Jugué con un hermano, cantó el gallo mil veces y mis padres urdieron la trama del cariño para con esos hilos poder amarte luego, porque tú aún no estabas.
Por fin trazó el azar sus líneas convergentes con otra perspectiva de olivares y ríos y apareciste tú, ignorante de todo, sin que yo lo supiera. Seguí creciendo luego y tú aprendiste todo lo que yo ya sabía: Las risas y las lágrimas, los colegios y el cine y las cuatro estaciones de cromos repetidos para luego rodar el film de nuestros sueños por caminos distintos que fueron describiendo sus trazos sinuosos. Algún día se cruzaron, tal vez, o pasaron muy cerca sin saberlo nosotros. Niños y adolescentes madurando el destino con células y amores que estuvieron a punto de torcer nuestra flecha. Días de fiesta y risas, amaneceres nuevos de cuerpos que emergían sus deseos y sus sueños a muy pocos kilómetros como si fueran miles.
Un día de septiembre se produjo el milagro que iluminó su noche con luces de verbena que querían ser estrellas. Tu belleza serena inundaba el espacio. No sé quién notó antes el sismo de las células con epicentro allí. Las primeras palabras cuajaron un silencio que confinó al ruido. El bullicio exterior, la algarabía de feria, eran testigos mudos. Los ojos estallaron en miradas antiguas que venían del origen del corazón humano. Llaman enamorarse al azaroso encuentro. Bailamos las canciones que tocaba la orquesta, Dio come ti amo, con un abrazo tímido convertido en temblor y el frío de las manos de aquella madrugada cuyo abrazo perdura en la piel de los días que nos hicieron buenos en el mar de las sábanas.
Así la vida escribe.
Por fin trazó el azar sus líneas convergentes con otra perspectiva de olivares y ríos y apareciste tú, ignorante de todo, sin que yo lo supiera. Seguí creciendo luego y tú aprendiste todo lo que yo ya sabía: Las risas y las lágrimas, los colegios y el cine y las cuatro estaciones de cromos repetidos para luego rodar el film de nuestros sueños por caminos distintos que fueron describiendo sus trazos sinuosos. Algún día se cruzaron, tal vez, o pasaron muy cerca sin saberlo nosotros. Niños y adolescentes madurando el destino con células y amores que estuvieron a punto de torcer nuestra flecha. Días de fiesta y risas, amaneceres nuevos de cuerpos que emergían sus deseos y sus sueños a muy pocos kilómetros como si fueran miles.
Un día de septiembre se produjo el milagro que iluminó su noche con luces de verbena que querían ser estrellas. Tu belleza serena inundaba el espacio. No sé quién notó antes el sismo de las células con epicentro allí. Las primeras palabras cuajaron un silencio que confinó al ruido. El bullicio exterior, la algarabía de feria, eran testigos mudos. Los ojos estallaron en miradas antiguas que venían del origen del corazón humano. Llaman enamorarse al azaroso encuentro. Bailamos las canciones que tocaba la orquesta, Dio come ti amo, con un abrazo tímido convertido en temblor y el frío de las manos de aquella madrugada cuyo abrazo perdura en la piel de los días que nos hicieron buenos en el mar de las sábanas.
Así la vida escribe.