miércoles, 17 de febrero de 2010

AGNUS SCYTHICUS


Kircher fue el primero en hablar de esta planta. Antes voy a citar lo que dijo Scaliger para dar a conocer lo que es el agnus scythicus; luego Kempfer y el sabio Hans Sloane nos enseñarán lo que hay que pensar sobre él.

“Nada –dice Julio César Scaliger- es comparable al admirable arbolillo de Escitia. Crece principalmente en el Zaccolham, tan célebre por su antigüedad como por el valor de sus habitantes. Se siembra en esta región un grano parecido al del melón, sólo que un poco menos oblongo. Ese grano produce una planta de unos tres pies de alto llamada cordero, porque se parece exactamente a ese animal en los pies, las orejas y la cabeza; sólo le faltan los cuernos, en lugar de los cuales tiene una guedeja en el pelo. Está cubierta por una piel muy suave, de la que los habitantes fabrican gorros. Se dice que su pulpa se parece a la carne de cangrejo de mar, que sale de ella sangre cuando se le practica una incisión, y que tiene un sabor extremadamente dulce. La raíz de la planta se extiende ampliamente por la tierra; a estos prodigios se añade el que saque su alimento de los arbustos vecinos y que muere cuando ellos perecen o se han arrancado. Nada tiene que ver el azar con este asunto; se le ha causado la muerte todas las veces que se le ha privado del alimento que se extrae de las plantas vecinas. También es maravilloso el hecho de que los lobos sean los únicos animales carniceros que tengan avidez por ella” (No podía ser de otra manera).
A continuación se ve que Scaliger tan sólo ignoraba de esta planta la manera en que se producían los pies y salían del tronco.

Y esa es la historia del agnus scythicus o de la planta maravillosa de Scaliger, de Kircher, de Sigismond Herberstein, de Hayton el Armenio, de Surius, del canciller Bacon (del canciller Bacon, adviértase bien este testimonio), de Fortunius Licetus, de Andrés Libavius, de Eusebio de Nuremberg, de Adán Olearius, de Olaus Vormius y de una infinidad de botánicos.
¿Será posible que después de que tantas gentes autorizadas atestigüen la existencia del cordero de Escitia, después de los detalles de Scaliger, a quien sólo le faltaba saber cómo se formaban los pies, el cordero de Escitia fuera sólo una fábula? ¿Qué habrá de creerse de la historia natural si esto es cierto?

Kempfer, que no era menos versado en historia natural que en medicina, se tomó todas las molestias posibles para hallar ese cordero en Tartaria, sin haber podido conseguirlo. “No se conoce aquí –dice este autor-, ni entre el pueblo llano ni entre los botánicos, ningún zoófito que retoce, y de mis investigaciones sólo he sacado la vergüenza de haber sido demasiado crédulo.” Añade que lo que dio lugar a este cuento en el que se dejó enredar como tantos otros, es el uso que se hace en Tartaria de la piel de ciertos corderos, cuyo nacimiento está previsto, y a cuya madre se mata antes de que lo alumbre a fin de lograr una lana más fina. Con estas pieles de cordero neonato se confeccionan abrigos, vestidos y turbantes. Los viajeros, engañados sobre la naturaleza de estas pieles, bien por la ignorancia del idioma del país, bien por cualquier otra causa, impusieron luego a sus compatriotas este engaño, dándoles la piel de una planta por la piel de un animal.

Hans Sloane dice que el agnus scythicus es una raíz de más de un pie de larga, que tiene tuberosidades de cuyos extremos salen algunos tallos de unas tres o cuatro pulgadas de longitud, bastante parecidos a los del helecho, y que gran parte se sus haces están cubiertos de una pelusa negra amarillenta, tan luminosa como la seda, de un cuarto de pulgada de largo, y que se emplea contra los esputos de sangre. Añade que en Jamaica se encuentran plantas de helecho que se hacen tan grandes como árboles, y que están cubiertas de una especie de pelusa parecida a la que se advierte en nuestras plantas capilares, y que, por lo demás, parece que se haya empleado el arte para darle la figura de un cordero, pues las raíces se parecen al cuero y los tallos a las patas de ese animal.

He aquí , pues, toda la maravilla del cordero de Escitia reducida a nada, o al menos a bien poca cosa, a una raíz pilosa a la que se da más o menos parecido con un cordero cuando se la modela.
Este artículo nos proporcionará reflexiones más útiles contra la superstición y el prejuicio de que la pelusa del cordero de Escitia sirve contra los esputos de sangre. Kircher y ,después de Kircher , Julio César Scaliger escriben una fabula maravillosa, y lo hacen con ese tono de gravedad y de persuasión que nunca deja de imponerse. Son gentes cuyas luces y probidad no son sospechosas; todo trabaja en su favor; se les cree. ¿Y quiénes los creen? Los primeros genios de su época. He aquí de golpe un montón de testimonios más poderosos que los suyos, que los apoyan y que revestirán para los hombres futuros un peso de autoridad al cual no tendrán ni la fuerza ni el valor de oponerse, y el cordero de Escitia pasará por un ser real.

Hay que distinguir los hechos de dos clases: hechos simples y ordinarios y hechos extraordinarios y prodigiosos. Los testimonios de algunas personas instruidas y verídicas bastan para los hechos sencillos; los otros exigen, para el hombre que piensa, autoridades más fuertes. En general, es preciso que las autoridades estén en razón inversa a la verosimilitud de los hechos, es decir, que sean tanto más numerosas y mayores cuando la verosimilitud es menor.
Hay que subdividir los hechos, lo mismo simples que extraordinarios, en transitorios y permanentes. Los transitorios son los que sólo han existido en el instante de su duración; los permanentes son los que existen siempre y sobre los cuales es posible asegurarse en cualquier momento. Es claro que estos últimos son menos difíciles de creer que los primeros, y que la facilidad que cada uno tiene de asegurarse de la verdad o de la falsedad de los testimonios debe hacer circunspectos a los testigos y disponer a los demás hombres a creerlos.

Es preciso distribuir los hechos transitorios en hechos que ocurrieron en un siglo de luces y en hechos que ocurrieron en una época de tinieblas y de ignorancia, y los permanentes en hechos ocurridos en un lugar accesible o en un lugar inaccesible.

Hay que considerar los testimonios en sí mismos y luego compararlos entre sí, considerarlos en sí mismos para ver si no implican niguna contradicción y si provienen de gentes cultivadas e instruidas; compararlos entre sí para descubrir si nos están calcados los unos de los otros, y si esa multitud de autoridades,Kircher, Scaliger, Bacon, Libavius, Licetus, Eusebio, etc., no quedaría reducida a nada o a la autoridad de un solo hombre.

Hay que considerar si los testigos son oculares o no; lo que han arriesgado para hacerse creer; qué temores o qué esperanzas tenían al anunciar a los otros hechos de los que se decían testigos oculares. Si habían expuesto su vida para sostener sus afirmaciones, hay que convenir que adquirirían éstas una gran fuerza. ¿Y qué sería si la hubieran sacrificado y perdido?

Tampoco hay que confundir los hechos que ocurrieron ante los ojos de todo un pueblo con los que tuvieron por espectador a un pequeño número de personas. Los sucesos clandestinos, a poco maravillosos que sean, apenas merecen ser creídos. Los hechos públicos contra los cuales no se haya reclamado en su época, o contra los cuales sólo haya habido reclamaciones por parte de gentes poco numerosas y mal intencionadas o mal instruidas, apenas pueden ser contradichos.

He aquí una parte de los principios según los cuales se concederá o se rechazará la creencia, si no se quiere creer en los sueños y si se ama sinceramente la verdad.




Texto inédito hasta hoy en Internet, extraído del libro:

Diderot-D'Alembert: La enciclopedia (Selección).

Colección Universitaria de Bolsillo Punto Omega.

Cambridge University Press, 1969

Ediciones Guadarrama, S.A. Madrid, 1974

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy curioso. Nunca había leído nada de la Enciclopedia. Me suena a Feijoo.
Rigoletto