jueves, 20 de agosto de 2009

De una antigua estación


De una antigua estación proviene este otro tren desvencijado que deja en los raíles ocres manchas de herrumbre. Es el tren de los sueños perdidos, de las claudicaciones y las dudas, de aquellas cicatrices que antes fueron heridas (no de acero templado: de brumas, de falta de estaciones y destinos que fueron aplazados). Es el andén sin alma por exceso de sueños. Tren, en ti viaja la sombra más quemada de la conciencia prófuga, niebla del desamparo y vagones vacíos de esperanza y aliento. Viajeros derrotados que contemplan la fuga de los años prendidos al tendido del hilo telegráfico, las miradas perdidas de los cromos dorados del crepúsculo eterno que precede a la luna y su escolta de nubes migratorias. Qué duro es el silencio con que cruza la máquina los intensos magentas del invierno. Buscamos que la luz desvele las fronteras del país que acogió nuestras renuncias. ¿Qué mejor tren puede coger el hombre que un expreso de largo recorrido de laderas y costas, de acantilados súbitos próximos al abismo? Preferible es el mar que la tierra baldía. Mejor las estaciones sin parada, los infinitos túneles de miradas de ciego y ojos de modiglianis, buscar el equipaje ligero que el poeta dejara abandonado en las manos de Úrculo.

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